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‘Las sirenas de Titán’, de Kurt Vonnegut

“Ran rataplán, ran rataplán”: toque de tambor en Marte

‘Las sirenas de Titán’, de Kurt Vonnegut

Es en su segundo libro, de 1959, donde Vonnegut fija su estilo e inquietudes. Aunque La pianola, su estreno como novelista, ya contiene parte de su discurso crítico y humor pesimista, es en la presente dónde aprende el oficio y toma forma su narrativa sardónica, simple y directa, dónde priman las situaciones absurdas y personajes sin libre albedrío perdidos en un sinsentido.

Vonnegut, como sabemos, abandonó muy quemado su empleo en General Electric. Al ver que ganaba bastante dinero publicando cuentos en revistas, se profesionalizó como escritor. Se trasladó con su mujer e hija a una casa de campo en Cape Cod, en la costa este.

Un pueblo de pescadores en el que él era la única persona que podía definirse como intelectual. Esta soledad, a cambio, le permitió una tranquilidad para trabajar que fue perdiendo a medida que su familia crecía en hijos, Edith, luego Mark y Nanette, lo cual también exigía más recursos. Por eso, tuvo la ocurrencia de abrir un concesionario de coches suecos SAAB, en un país donde nadie daba un dólar por ellos y que no llegó al año de vida.

Una acertada cubierta, de María Medem.

Al menos, Vonnegut, encontró en la tienda vacía de clientes, un lugar tranquilo para escribir.

En 1958 fallecieron casi a la vez su querida hermana Alice y el marido de esta. Sus cuatro sobrinos, James, Steven, Kurt y Peter, fueron adoptados por el matrimonio Vonnegut, pasando a tener ahora siete vástagos a los que cuidar.

Este era el trabajo de su esposa Jane Marie, quien además era el sostén emocional de un Kurt Vonnegut jr. que como padre resultaba distante, gruñón y depresivo, aún con breves momentos de alegría festiva cuando no estaba encerrado escribiendo.

Con la llegada de la televisión a los hogares, las ventas de contenido para revistas decayeron, cosa que aún empeoró más la economía familiar. Como escritor nato, este nuevo fracaso solo hizo reforzar su vocación. Ahora sería novelista.

Como a muchos, la experiencia propia es la que define la obra del autor. Tras ser prisionero durante una guerra genocida, trabajar en una gran empresa tecnológica deshumanizante y vivir toda clase de situaciones tortuosas, filtró sus recuerdos e ideología a través de su personal sentido del humor y ¡tachán!, hizo magia, no a la primera, pero casi.

Portada de la edición original, digna de un pulp de Kilgore Trout. Nadie entendió nada.

Con Las sirenas de Titán, un enrevesado argumento de ciencia ficción protagonizado por un millonario y su perro, ambos viajeros en el tiempo, soldados marcianos invasores de una Tierra de la que han sido previamente abducidos y para rematarlo, los responsables de todo, literalmente todo, unos alienígenas ridículos.

Esta trama dejó perplejos* a los críticos. Aun así, y quizás por el desconcierto, le concedieron el reconocimiento profesional, incluso postulándolo al Premio Hugo de 1960, que no ganó.

*Y a mí todavía, después de varias relecturas y haberle dedicado un trabajo de ilustraciones cuando era alumno de una escuela de Artes y Oficios.

[Ficha de la edición de Blackie Books.]

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