La antología arroja luz sobre plumas femeninas, a menudo poco conocidas, sin olvidar a escritores de fama reconocida.
La ideología que inspira esta colección la encontramos en Caminar, de Henry David Thoreau, que es la transcripción de una conferencia que dio en 1851, y que gira alrededor de la defensa de la libertad individual y de la vuelta a la naturaleza. Thoreau es el autor de Walden o La vida en los bosques, una obra con un peso fundamental dentro de la literatura norteamericana y todo un referente tanto del discurso medioambiental preservacionista como del movimiento de desobediencia civil.
Respecto al resto de textos que componen esta antología, celebro que María Casas haya optado por alternar autores conocidos con otros que apenas lo son. Dentro de los últimos, me gustaría destacar a Sarah Orne Jewett (Una garza blanca) y Mary E. Wilkins Freeman (El olmo), cuya sensibilidad y delicadeza me resultaron ser tan reconfortantes que me lancé a una búsqueda de información sobre ellas para acabar constatando, para mi asombro, lo poco editadas que han sido en nuestro país. Es también el caso de otra autora incluída en este volumen como es Mary Noailles Murfree, pionera y acaso principal representante de la literatura de los Apalaches cuya obra fue decisiva a hora de caracterizar la figura del montañés, y que aporta dos relatos enlazados, Entre barrancos y ¿Cuánto iba a durar? , no exentos de humor y que me gustaría visualizar como un cortometraje de los hermanos Coen. Pese al significativo papel de Murfree en la literatura de aquella región, no he descubierto nada más suyo publicado en castellano. Kate Chopin es otro caso de una novelista que retrató la realidad de la tierra que la vio nacer, en esta caso la Louisiana. Precursora de la literatura feminista del siglo XX, de ella podemos leer Un tipo ocioso y La noche llegó despacio, dos muestras de su narrativa breve, una prosa con reminiscencias poéticas y que aquí aboga por el retiro individual en medio de la naturaleza.
Siguiendo con féminas cuyas obras han sido seleccionadas para formar parte de esta antología, Harriet Beecher Stowe (La cabaña del tío Tom) y Louisa May Alcott (Mujercitas) son dos auténticas best sellers de su época y más conocidas que las anteriores en nuestro país. De ellas, dos son los relatos que María Casas ha escogido y que bien valen nuestra atención: De la primera, Nuestra casa, una carta de gran actualidad en la que se pasa revista a todos los elementos que serían deseables a la hora de construir y habitar un hogar, donde resuena una crítica a la falta de escrúpulos del capitalismo y cuyos supuestos sorprenden por su indiscutible vigencia. De la segunda, Chiquilladas trascendentales, un divertidísimo e irónico relato autobiográfico donde la autora recuerda cómo fue el año que vivió en una humilde comuna agraria siendo ella apenas una niña, y un buen ejemplo de lo que puede acabar pasando cuando un puñado de intelectuales deciden dejar sus hogares en la ciudad para adoptar las formas de vida del campo desde su más profundo desconocimiento.
Bret Harte, cuyos relatos costumbristas del Oeste configuraron una iconografía que se ha encargado de difundir la cinematografía de Hollywood, es otro de los autores seleccionados. De él podemos leer La sirena de Lighthouse Point, que aunque parte de la evocación de la sugerente criatura mitológica, es un buen ejemplo del realismo del que hacía gala el autor, al tiempo que participa de la ironía y nos recuerda la dureza de aquella época, poniendo el foco en las relaciones entre el hombre blanco y el nativo norteamericano. Esta relación con los indígenas también se recoge en Travesía de las montañas, un fragmento de El camino de Oregón, una obra de marcado componente autobiográfico que destaca por sus descripciones naturalistas del paisaje norteamericano y por la huella que en él han dejado los distintos grupos humanos, que firma Francis Parkman.
Algunos de los relatos que componen esta antología son auténticas ventanas a un pasado cuyas historias de sencilla cotidianeidad rural e inocencia nos recordarán a las vivencias de nuestros padres y abuelos. En esta línea se encuentran textos como El eclipse, que escribió James Fenimore Cooper, el autor de la célebre El último mohicano, con un marcado carácter autobiográfico que también se halla presente en Mi año en una cabaña de troncos, de William Dean Howells, prolífico novelista, dramaturgo y crítico literario, quien rememora desde la nostalgia sus memorias de infancia.
Los apuntes autobiográficos aparecen también, aun de forma velada, en el relato El bote, que firma el malogrado Stephen Crane, autor de la famosa novela corta El rojo emblema del valor, uno de los grandes títulos de la literatura norteamericana. En este relato, Crane se basa en su propia experiencia cuando el barco en el que viajaba a Cuba como corresponsal de su periódico naufragó, y tanto él como tres otros hombres tuvieron que sobrevivir durante treinta horas en el mar, a bordo de un bote salvavidas, tratando de alcanzar la costa por sus propios medios. Aquí, la naturaleza se muestra inclemente y hostil, acentuando los sentimientos de aislamiento y abandono que experimentan los náufragos en su desesperada situación. Un episodio similar es registrado por Washington Irvin (a quien seguro que recordaréis por su La leyenda de Sleepy Hollow) en El viaje, una de las narraciones incluidas en El cuaderno de viaje del caballero Geoffrey Canyon y que nos describe las sensaciones de un viajero transoceánico a principios del siglo XIX.
Esa naturaleza salvaje y despiadada también se halla en dos relatos de los celebrados Jack London y Edgard Allan Poe. Del primero, El silencio blanco, una historia de supervivencia en la helada inmensidad del Yukon, donde tres tramperos tratan de volver a la civilización antes de la primavera, y cuyas limitadas raciones les ponen en una difícil tesitura con los perros que tiran de sus trineos. Por el otro lado, de Poe podemos leer su conocido cuento Descenso al Maelstrom, una sobrecogedora historia de unos pescadores que se ven atrapados en un poderoso torbellino que succiona su embarcación.
Otros autores clásicos norteamericanos de quienes encontramos textos en este volumen son Herman Melville, de quien se incluye su relato cómico El vendedor de pararrayos; Mark Twain, con su descorazonador y emotivo cuento Historia de una perra; Nathaniel Hawthorne, de quien se incluye el relato Retoños y voces de pájaros, de un evidente lirismo, perteneciente a su obra Musgos de una vieja rectoría; finalmente, el laureado poeta Walt Whitman, padre de la poesía norteamericana moderna y cuya obra representa todo un canto a la nueva nación, cierra la antología con una entrada de su diario personal, que lleva por título Pensamientos bajo un roble. Un sueño.
En definitiva, El bosque confiado es tanto una de las mejores antologías que he leído como, sin sombra de duda, una de las mejores lecturas en lo que llevo de año. Estoy seguro que hará las delicias de cualquiera que sienta nostalgia de hollar senderos en la floresta y eche en falta el olor a tierra y mar.
Si te ha interesado este artículo y quieres leer más sobre esta antología, lo puedes hacer en el siguiente enlace:
‘El bosque confiado. Relatos sobre naturaleza en la América de Thoreau’, aa. vv. (I)
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‘El bosque confiado. Relatos sobre naturaleza en la América de Thoreau’, aa. vv. (II) was originally published in Papel en Blanco on Medium, where people are continuing the conversation by highlighting and responding to this story.