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‘Congreso de futurología’, de Stanislaw Lem

Una alocada sátira de extraordinaria vigencia en su capacidad de analizar críticamente nuestra sociedad desde la ciencia-ficción

Hace unos años, cuando vi la película El congreso, de Aris Folman, no sabía que estaba basada en una novela de Stanislaw Lem. Tampoco había leído todavía nada del autor polaco. Llegué a aquella cinta por su director, cuya Vals con Bashir me había dejado ciertamente tocado en la sala de cine, y recuerdo, con no poca vergüenza, que en aquel entonces pensaba que era un relato de Philip K. Dick el que estaba detrás de una extraña película que mezclaba imagen real con animación tradicional. Admito que buena parte de la seducción que el film obró en mí se debía a Robin Wright, la Buttercup de La princesa prometida, como también no tengo problemas para afirmar que el ambiente entre onírico y lisérgico que se apodera de la historia hacia la mitad de su metraje, potenciado por la técnica de animación, me desconcertó y, en cierto sentido, me dejó la sensación que estropeaba una historia (sobre el futuro del cine) que hasta aquel momento me había tenido atrapado.

Detalle del cartel de ‘El congreso’, la película inspirada en la novela de Stanislaw Lem

Curiosamente, nada de la primera mitad de El congreso se encuentra en esta novela, Congreso de futurología (1971), que se abre con la historia que nos cuenta la segunda parte de la película. Y, aunque semejante comienzo no me hacía presagiar nada bueno, el balance final ha sido francamente positivo, hasta el punto de que afirmaría que la novela supera a su adaptación para la gran pantalla.

Poco sospechaba cuando empecé a leer el libro, que éste continúa el ciclo de historias reunidas en Diarios de las estrellas, que tienen al entrañable Ijon Tichy como protagonista, un viajero espacio-temporal acostumbrado a vivir extravagantes aventuras, y en el que algunos han querido ver un homenaje al Gulliver de Jonathan Swift o al Barón Munchausen de Rudolf Erich Raspe.

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En Congreso de futurología, Ijon es invitado a una convención de científicos, los futurólogos, que buscan poner soluciones teóricas a algunos de los acuciantes problemas a los que se ha visto abocada la humanidad, y que se celebra en Costarricania, una república suramericana al borde de la insurrección civil. Al poco el conflicto estalla en las calles y acaba alcanzando al lujoso hotel donde tiene lugar el simposio. Huéspedes y manifestantes acaban siendo víctimas de la intervención policial, que no duda en gasearlos con una sustancia psicotrópica que acaba afectando a los antidisturbios por igual y en medio del caos resultante nuestro antihéroe es criogenizado para despertar en el 2039, en una sociedad donde el desarme mundial es una realidad y el bienestar de la población un hecho obtenido a partir de la conjunción de dos factores, el tecnológico y el “psiquímico”: La gente tiene acceso a distintos compuestos que les permiten vivir toda una serie de sensaciones y experiencias de forma artificial, hasta el punto de que la humanidad concebida en su vertiente más natural parece haber sido relegada al pasado. Ijon, nostálgico del tiempo que le había tocado vivir, no encaja (como tantos otros “descongelados”, supervivientes del proceso de hibernación) en esta sociedad que nos va describiendo en sus múltiples facetas en un diario, alcanzando cuotas de un surrealismo histriónico en las diversas anécdotas que nos relata. Nosotros, como lectores, también experimentamos el desconcierto inicial de Ijon, que acaso sería equiparable al que sentiría un griego clásico trasplantado a una plaza mayor de una de nuestras ciudades en la actualidad, pero a medida que avanza nuestra lectura vamos asimilando poco a poco la nueva realidad, a partir de la lectura de cada una de las entradas del diario del protagonista, gracias al buen hacer de Lem, que va desgranando paulatinamente la información. De la curiosidad y fascinación iniciales, pasaremos al terror a medida que descendemos en los misterios que anidan en el corazón de esa nueva sociedad.

Congreso de futurología está plagado de ideas comunes en la ciencia-ficción actual. Vista desde una perspectiva histórica, esta obra de 1971 ya nos hablaba de implantes capaces de proporcionar conocimiento inmediato y sin esfuerzo, uno de los conceptos que encontramos dentro del género cyberpunk que se conformaría en los años 80 del pasado siglo, al tiempo que precede ambientaciones como las de las películas Dark City o Matrix, que tan populares fueron ya en los 90.

¿Alguien ha dicho ‘Matrix’?

Por otro lado, la novela es una buena muestra de lo que este autor es capaz de ofrecer al lector. Partiendo de la sátira, un género en el que siempre se sintió cómodo, Lem disecciona una sociedad donde el hedonismo y el escapismo confluyen en un claro desentendimiento de la realidad, un análisis de una vigencia indiscutible que, paradójicamente, nos hace llegar en la forma de una historia que participa a menudo del disparate y que rehúye cualquier perspectiva realista. Aquí, el humor absurdo se convierte en un recurso habitual, si bien a medida que avanza la obra el registro va cambiando, adquiriendo tintes que llegan a ser siniestros (una muestra de la riqueza estilística que despliega el polaco en su obra literaria). De forma complementaria y como hilo de fondo a la historia, Lem se llega a cuestionar la materialidad de la misma existencia, una cuestión de alcance filosófico que nos remite al mito de la caverna de Platón y que aquí entronca con la experimentación con sustancias psicotrópicas que tan popular fue en la década de los 60 del pasado siglo. De hecho, y a título de curiosidad, se cuenta que Lem invitó a Philip K. Dick a Cracovia una temporada, abriéndole la puerta para participar en las pruebas que realizaba su universidad con LSD, una oferta que el americano rechazó, paranoico perdido, en la creencia que detrás de Lem se escondía un colectivo de escritores comunistas y que la KGB podía aprovechar la oportunidad para secuestrarlo sobre suelo soviético.

Por otro lado, Congreso de futurología no es ajena a cierta crítica dirigida contra el género de ciencia-ficción (en tanto ésta se entendía en aquel entonces y donde los escritores norteamericanos mantenían un papel predominante), observable ya desde sus primeras páginas, y que junto a otros elementos como la creación lingüística en forma de neologismos o la inclusión de androides son “marca de la casa”, permiten la relación con otras obras suyas, como la inspirada antología de relatos cortos Fábulas de robots.

Todo ello hace de Congreso de futurología una novela corta (menos de doscientas páginas) de ritmo frenético y tremendamente divertida en primera lectura a pesar de su densidad intelectual, y que podría ser una buena puerta de entrada al rico universo que Stanislaw Lem creó en vida, que le sirvió para convertirse en un escritor de primera referencia dentro de un género, el de la ciencia-ficción, a cuya dignificación contribuyó de forma decisiva.

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