Amistad y actitud punk en la noche valenciana más oscura

Con el paso de los años hay cosas que progresivamente se suelen ir perdiendo, como la energía, la inocencia, la ilusión o la rabia de la juventud. El caos asociado a esta época se difumina, y poco a poco se acaba por aceptar los límites del orden implícito en el sistema, a menudo como efecto colateral de ese miedo que se va colando en nuestras vidas como el gusano infecto que es. William Gibson, el creador del ciberpunk, expone este proceso vital, aunque de forma bastante diferente, en una de las escenas iniciales de Count Zero, donde una pandilla de góticos se ponen tibios de droga en un local de moda para curritos. Alfredo Álamo, por otra parte, en una escena casi paralela de esta After Punk, casi parece escupir sobre esa reflexión y devolvernos a esa juventud contestataria y excesiva, dispuesta a ensalzar la amistad por encima del resto (hasta jugarte el cuello por tus colegas). Si lees esta novela y no te ves catapultado a esos (discutibles) maravillosos años dorados, si no te entran ganas de aullar como un coyote al volante de un destartalado utilitario mientras atrona la música de una maqueta grabada con pocos medios, es que, simplemente, ya estás muerto.

Encargué esta novela, editada con un cariño evidente por parte de Ediciones El Transbordador, nada más leer La vieja sangre, una “antología de fantasía urbana quinqui con aires mediterráneos” del mismo autor. Y lo hice porque sabía que en After Punk volvía a aparecer Mara, ese “bonito clon de Siouxsie aunque con maquillaje del barato (…) los ojos pintados con una gruesa raya negra (…) con los que destruye niñatos”, bajo cuyo hechizo caí sin remedio después de leer dos relatos de aquel libro (por cierto, si no lo habéis leído, no sé qué estáis haciendo aquí parados, leyendo esta reseña, cuando deberíais salir corriendo a encargar vuestra copia de Orciny Press).
Alfredo Álamo (…) consigue camelarse al lector a base de corazón, música y acción a troche y moche.
Nada más empezar a leer After Punk ya volvía a estar dentro de ese fascinante universo que el autor había parido tan bien para La vieja sangre, delimitado por las calles del barrio valenciano del Cabanyal. Fantasía urbana con fuerte sabor local, especiado, como el aroma que trae el viento del sur, y pinceladas de terror que nacen de la realidad y la denuncia social. Y entonces, al poco de empezar, Álamo rompe con el barrio y con todas sus oscuras reglas, para ponernos en la piel de cuatro colegas, cuatro punkis que a principios de los ochenta sólo quieren grabar su primera maqueta, conseguir un bolo y pasárselo bien. Y eso pasa por dejar la ciudad atrás e internarse en la Albufera, siguiendo la ruta de las discotecas que en aquel entonces contribuían a cambiar viejos esquemas. Y destacando entre ellas, Chocolate, la meca de la música siniestra, un trasunto de la casita de la bruja donde van a parar Hansel y Gretel (sorprende su precisa descripción si la comparamos con fotos de la época, demostrando el cuidado que ha puesto el autor en la documentación), y cuyo parking me empeñé en imaginar como el de la “Teta Enroscada” de Abierto hasta el amanecer.

Para este momento, ya tenía claro que no estaba ante un relato más de La vieja sangre, aunque la presencia de elementos fantásticos y un atisbo del tono lírico de Álamo me seguían haciendo sentir como en casa. Este leve desconcierto inicial no entorpeció en ningún momento mi lectura, y la trama siguió a buen rimo, alternando sus dos líneas principales que finalmente acaban por converger en un final apoteósico y gamberro.
A mi modo de ver las cosas, la novela no es todo lo redonda que deseaba que fuera, fruto de una expectación desmedida después del entusiasmo que siguió a mi lectura de La vieja sangre. Así, la inclusión de alguna escena me pareció forzada y su resolución poco efectiva, pero también es cierto que Álamo salva cualquiera de los posibles baches y consigue camelarse al lector a base de corazón, música y acción a troche y moche. Entre medias, nos sumerge en el imaginario legendario de Valencia, de forma que ante nuestros ojos desfilará un sinnúmero de criaturas grandes y chicas, donde hasta tienen cabida la mitología griega y la romana (por cierto, muero por un relato corto sobre Juan Larva, ese brillante secundario que con solo su presencia ya le sirve para asomar su jeta en el selfie con los protagonistas). Y así, en volandas, Álamo nos conduce a todo gas, en ese Seat 124 blanco que parece un personaje más en el que viaja nuestra cuadrilla punki, en un crescendo endiablado en la noche de farra más extraña que os podáis echar a la cara (ríete tú de aquella peli de Scorsese).
After Punk es una buena muestra de lo que es capaz Alfredo Álamo, uno de esos autores que, incomprensiblemente y pese a su dilatada carrera como escritor, no está en boca de todo quisqui. No lo entiendo, la verdad. Ofrece solvencia y pulso narrativos, una prosa que se mueve entre la evocación lírica y un estilo directo y claro, unos personajes inolvidables y un universo fantástico propio sumamente atractivo. ¡Y diversión a raudales!
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‘After Punk’, de Alfredo Álamo was originally published in Papel en Blanco on Medium, where people are continuing the conversation by highlighting and responding to this story.