Horror cósmico para el siglo XXI
El escritor H. P Lovecraft ha sido una figura determinante en el nacimiento del horror cósmico como subgénero del terror. En ello coincidirán tanto el aficionado lector como el profano que ha podido trabar conocimiento con su obra a raíz de la sobreexplotación literaria y audiovisual que de ella se ha dado desde la década de los ochenta y, especialmente, desde la liberación de sus derechos. Admito, sin reticencias, que la fórmula que acuñó ejerció una cierta fascinación en mi juventud, pero también es cierto que con el tiempo he acabado tanto aborreciendo la narrativa ampulosa del escritor como desarrollando un claro rechazo hacia algunas de sus implicaciones filosóficas. En mi caso, rebelarme ante la desazón existencialista y el derrotismo vital que supura el horror cósmico podría reflejar, inconscientemente, el reconocimiento de ese universo cruel e inmisericorde, sobre cuya existencia los medios de comunicación insisten diariamente. Así, cada vez que leo algún libro que bebe de aquellas fuentes, de ese pesimismo demoledor en torno a la figura del hombre, algo en mí se agita. Como me ha pasado con esta novela.
Laird Barron se encuentra dentro de esta órbita de influencia de Lovecraft, sólo que, en él, aquellos espantos de otras dimensiones que ponían de relieve la insignificancia del ser humano, ya fuera descontextualizados o asociados a clichés racistas a ojos de hoy en día, ahora se encarnan en unos referentes que se vinculan directamente con ese mundo terrible que nos ha tocado en suerte o desgracia vivir. Aquí, con Barron, nuestro desamparo adquiere connotaciones materialistas incontestables: es lucha social ante una clase alta intocable con ínfulas de omnipotencia; es una todopoderosa corporación que juega con sus trabajadores a su antojo; es un estado cuyas herramientas represivas y de control actúan no sólo de forma manifiesta, sino también subrepticiamente, hasta el punto de inspirar teorías conspiranoicas. Pero este autor sabe que el miedo no sólo se nutre de factores endógenos, sino que el propio individuo y su entorno directo es fuente primera e inagotable.
Publicada por Valdemar dentro de su malograda colección Insomnia, que pretendía traernos autores contemporáneos que cultivan el terror, El rito de Barron participa, en distintos grados, de lo que os he contado. De ella destacaría tres elementos. Por un lado, y a pesar de que la historia cubre sesenta años en la vida de su protagonista, éste es, en buena parte de la obra, un octogenario en plena decadencia física y especialmente mental; una elección valiente y significativa. Por otro lado, está la relación que mantiene con su mujer, sobre la que pivota toda la historia, causa de suspicacias y sospechas, que le hará preguntarse hasta qué punto la conoce en realidad después de toda una vida juntos. Finalmente, la familia, con sus vínculos de amor paternofilial, pero también origen de secretos herméticos susceptibles de dejar una impronta imborrable en el individuo.
El rito es una obra densa en contenido a la que se le puede sacar mucho jugo, si bien también deja mucho margen de interpretación al lector. Parece que Barron tiene tantas cosas a decir (sugerir) que no acaba de desarrollar ninguna concreta. Es, además, una obra compleja por mezclar géneros diferentes (fantasía oscura, ciencia-ficción, terror y, notablemente, noir) y por su estructura narrativa, desprovista de linealidad cronológica, donde se va saltando, hacia atrás y luego hacia delante, a lo largo de tres épocas diferentes en la vida del protagonista (años 50, 80 y la actualidad) más una remota cuarta época con la que se inicia la novela. Barron parece dispuesto a plantearnos un juego simbólico cuyas piezas acaban encajando como un rompecabezas, si bien puede dejarnos la impresión de que no acaban de hacerlo con la solidez que sería de desear.
De hecho, no está de más traer a colación que Barron es especialmente conocido por su ficción breve, lo cual se pone en evidencia en varios de los capítulos de mediana extensión de El rito. Casi podemos quedarnos con la sensación que algunos de ellos podrían funcionar como sólidos cuentos independientes. El capítulo inicial, con su subversión del clásico cuento de hadas Rumpelstiltskin, de los hermanos Grimm, o el genial capítulo titulado La sesión, son ejemplos de ello. Otras veces, el autor nos brinda alguna que otra escena antológica, cual puñetazo directo a nuestro estómago que nos lleva a preguntarnos qué extravagancia tenemos entre manos. Y, por encima de todo, no debe perderse de vista que Barron escribe tremendamente bien, alternando una prosa ágil cuando la escena lo requiere, con otra más descriptiva, donde abundan imágenes de gran plasticidad.
El rito no es una novela perfecta. Acaso cueste entrar en ella, y es evidente que su desenlace no tendrá nada de sorprendente para el lector, pero también debería verse como un ejemplo muy notable de cómo las viejas fórmulas evolucionan y se adaptan a nuestro tiempo, pudiendo ser más efectivas que las historias que marcaron el camino hace ya un siglo.
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‘El rito’, de Laird Barron was originally published in Papel en Blanco on Medium, where people are continuing the conversation by highlighting and responding to this story.