Una novela sobre la insuficiencia del lenguaje y la capacidad de comunicación entre dos personas
Traducida del coreano por Sunme Yoon para Random House, la cuarta novela de Han Kang (Gwangju, 1970) llega a librerías españolas en septiembre de 2023, 12 años más tarde que la publicación en su idioma original. En ella, dos personajes anónimos narran sus propias vivencias, pasadas y presentes, unidas por un espacio común: una clase de griego antiguo en la ciudad de Seúl. Valiéndose de estos dos personajes — una mujer, alumna del curso, a quien narra primordialmente en tercera persona, y un hombre, el profesor que imparte la clase, que narra en primera persona — la autora retrata el nacimiento de un vínculo humano entre dos personas que creían haber perdido la capacidad de comunicarse con el mundo que las rodea y que, paradójicamente, la buscan a través del aprendizaje y cultivo de una lengua muerta.
A medida que las historias de los protagonistas se van desenterrando con la narración, elegante y pausada, la autora muestra cómo una constante en las vidas de ambos ha sido la incapacidad de comunicarse con su alrededor — una problemática que esta novela tiene en común con La vegetariana de la misma autora, Premio Booker Internacional en 2016 — . Mientras que el profesor relata la preocupación que lo persigue desde hace años, la pérdida de la vista inminente, la alumna está atravesando un periodo de mutismo selectivo por segunda vez en su vida. Para su terapeuta, el mutismo es su instintiva reacción a una serie de tragedias (la reciente muerte de su madre, su divorcio, o la pérdida de la custodia de su hijo en favor de su ex esposo), una perspectiva que el progreso de la novela expone como simplista, ya que el dolor que siente la protagonista no es fruto de un momento concreto de su vida, sino un sentimiento que la ha acompañado desde que era una niña, de dolor por el mundo — «Desde que ha perdido el habla le parece que sus inhalaciones y exhalaciones se asemejan al lenguaje, pues inoportunan al silencio con el mismo atrevimiento con que lo hacía su voz». Por su parte, el profesor va asumiendo la pérdida de la vista a raíz de su temprano diagnóstico, y aceptando la inevitabilidad de esta pérdida — «Con el tiempo… — su voz se hace más queda — solo veré en sueños».
Mientras que para ella el uso — o la ausencia de uso — de su voz es una señal de protesta y de negación (de la misma manera que la protagonista de La vegetariana se niega a comer carne como protesta), la vida de él fluye a través de la aceptación, de la renuncia a la capacidad de protesta ante la situación que le ha tocado vivir. Han Kang presenta, mediante las limitaciones sensoriales de sus protagonistas, las dificultades que tienen para acercarse a su propia realidad y aceptarla, así como para acercarse al resto de seres de su vida, incluida la complejidad de la comunicación del uno con el otro.
Hay, además, un tercer protagonista, con una presencia en la novela incluso que la de las voces de los personajes: el lenguaje. Los personajes no tienen nombre, precisamente porque el libro no trata sobre ellos, sino que hay una idea que existe a través y a pesar de ellos. La decisión de utilizar el griego antiguo como nexo entre estas dos vidas paralelas nace, en palabras de la autora, de una conversación sobre del estudio de la filosofía griega que le hizo plantearse la lengua empleada en este caso como una totalmente ajena a la propia, con una conceptualización de la realidad distinta y que permitía formas de percibir y acercarse al mundo desconocidas. El griego clásico, considerado una lengua muerta, se impone en la novela como una posibilidad de conquistar el lenguaje perdido, como si para expresar ciertas emociones no alcanzara la lengua propia y fuera necesario, a veces, recurrir a herramientas de difícil uso y acceso. La única esperanza de ambos de recuperar el habla está en cultivar esta lengua muerta y revivirla en el espacio del aula que ambos comparten y que, a la vez, ejerce como una separación material entre los dos.
Finalmente, se da un evento parecido a la reclamación del lenguaje que los personajes habían estado persiguiendo, y se da a través del tacto. Cuando, al final de la novela, consiguen comunicarse en un espacio propio y la protagonista femenina es capaz de narrarse a sí misma en primera persona por primera vez, el lenguaje, inicialmente dispuesto en bloques, se deshace en frases cortas e inconexas, como versos de un poema. Es un final optimista que pone el cierre a una novela que, si bien está escrita en un tono susurrado y lleno de tristeza, persigue y defiende la posibilidad de tener esperanza en la vida a nuestro alrededor. La comunicación, ya sea a través de letras o símbolos colocados unos junto a los otros, o, como la propia autora define, en la ternura del tacto, es posible, a pesar de la violencia del mundo.
Me aterra leer en voz alta algo que he memorizado. Me aterran todos los sonidos que mi lengua, mis dientes y mi garganta articulan con tanta tranquilidad. Me aterra el silencio del espacio por el que se expande mi voz. Me aterra no poder enmendar las palabras una vez pronunciadas, que esas palabras sepan mucho más de lo que yo sé.
También te puede interesar:
‘La clase de griego’, de Han Kang was originally published in Papel en Blanco on Medium, where people are continuing the conversation by highlighting and responding to this story.