Creo que es inevitable reseñar El diablo y el señor Twain desde fuera hacia dentro. En su primera capa ya encontramos algo que demuestra que se tenía muy claro lo que se quería hacer. La cubierta ya nos transporta a las encuadernaciones de otra época, con sus letras doradas y ese tono de verde, que no es un verde cualquiera, sino un verde “portada añeja”. Incluso el logo de Dolmen ha sido reemplazado por un discreto “Dolmen presenta” antes de título, que nos demuestra que la editorial también se ha volcado en hacer llegar esa idea. Una segunda capa, el papel amarillento y poroso, de libro que ya lleva un tiempo reposando en las estanterías. Una capa más, nos encontramos una hoja con el “dramatis personae”. Otra capa, una gama limitada de colores sepia de fotografía desgastada por el tiempo. Para cuando empezamos a leer, ya estamos allí, en la época de Mark Twain.
A veces saber elegir un tema acertado es una parte importante de la obra. Tratándose de un personaje tan manoseado como Mark Twain, era difícil no caer en los tópicos. Era necesario tener claro el tema. Koldo Azpitarte y Mikel Bao toparon con el tema mientras se documentaban para otra obra sobre Nikola Tesla. Descubrieron que Tesla había conocido a Twain y tirando de ese hilo se encontraron con más de lo que cabía en el cómic que tenían en mente. Era todo otro tebeo entero. La oportunidad de llevarlo a cabo les llegó de la mano de la revista “La resistencia”, dónde algunas partes de esta obra se publicaron en forma de capítulos. Lo cual es particularmente apropiado, porque en la época que nos ocupa las obras literarias se publicaban primero por capítulos. ¿Veis? Otra capa más que nos sumerge en la historia.
Pero voy por el tercer párrafo y ni siquiera he llegado al tema en cuestión. Samuel Langhorne Clemens es un hombre que vive a la sombra de su célebre seudónimo: Mark Twain. Lo encontramos cuando ya ha escrito sus obras más famosas y, debido a la mala gestión de sus ingresos, ha acumulado importantes deudas. Es entonces cuando conoce a Henry H. Rogers, un personaje ambivalente, conocido por ser muy generoso con sus amigos y una buena persona en su vida privada, pero a la vez un despiadado tiburón de las finanzas. Twain lo considera un gran amigo, pero a la vez lo considera la encarnación del mal. Y ese es el tema: la naturaleza del mal. Y ese es un tema con muchas capas.
Con la ayuda de Rogers, Twain pone en marcha un plan para conseguir pagar a sus acreedores al mismo tiempo que huye de ellos. Empieza a viajar por el mundo escribiendo sobre los lugares que visita. En esa peregrinación conoce a Tesla, pero también a Bram Stoker, (cuyo Drácula es también su propia reflexión sobre el mal). Escribe también algunos relatos, que son otra capa más de la exploración del mismo tema. Incluso, haciendo un poco de trampa, los autores imaginan un encuentro entre Twain y Sigmund Freud, que podría haber ocurrido, pero del que no se tiene constancia. En él se adentran en una capa más: discuten los sueños y el subconsciente.
Y debajo de todas esas capas hay una que subyace todo el tiempo. Samuel Clemens piensa en Mark Twain como un personaje, alguien a quien debe interpretar para satisfacer a sus fans. Llegado un punto culpa a Twain de sus malas decisiones. ¿Acaso Samuel Clemens es una buena persona, pero Marlk Twain en cambio es una mala persona? Koldo Azpitarte excava capa tras capa buscando la respuesta a esa pregunta y lo que empieza siendo una historia que parece sencilla y directa, una narración de los hechos, termina siendo de una profundidad extraordinaria. La visión de Twain que nos deja sin duda se quedará en mi cabeza. En adelante, cuando oiga hablar de Mark Twain, no podré evitar pensar en este atribulado Samuel Langhorne Clemens, intentando encontrar sentido a sus errores, a la sociedad occidental y, acaso, a eso que llamamos humanidad.
Por ponerle una pega, el dibujo de Mikel Bao me parece un poco plano. La paleta reducida es un acierto y el único cambio de gama de colores. en la crucial escena onírica, también lo es. Sin embargo, creo que a los colores planos, combinados con la línea casi sin modular, les haría falta algún tipo de sombreado para dotar a los personajes de más tridimensionalidad. De todas formas Bao es un narrador solvente que consigue que la novela gráfica se lea con fluidez en todo momento. Esto tiene mérito porque no tiene precisamente poco texto y podría haberse hecho farragosa en algún punto.
En definitiva, El diablo y el señor Twain es una obra relevante que debería haber llamado más la atención este pasado 2022. No es de extrañar que haya alcanzado ya su segunda edición. Yo le auguro muchas más.
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‘El diablo y el señor Twain’, de Azpitarte y Bao: las mil capas de Mark Twain was originally published in Papel en Blanco on Medium, where people are continuing the conversation by highlighting and responding to this story.